ENTENDIENDO LAS AUTOLESIONES EN LOS ADOLESCENTES
El 10 de octubre es el Día Mundial de la Salud Mental. Aunque este año se dedica a la salud en el trabajo, nosotros publicamos un artículo sobre el tema de la auto-lesión en la adolescencia, relacionado con los objetivos y la misión del OveHum. Para ello tenemos nuevamente a nuestra colaboradora, Mª Victoria Sánchez López, espeialista en Psicología Clínica del Grupo Laberinto
Cuando un adolescente está teniendo conductas de autolesión (quemarse, arañarse, cortarse, pegarse), suele generar varias reacciones en el entorno, que van desde el mieddo a la preocupación y la angustia, hasta la rabia e incuso la indiferencia.
Para entender esto, debemos tener en cuenta algunos de los factores que se explican a continuación:
Hay varias formas de entender las autolesiones desde un punto de vista psicológico, nos centraremos aquí en la autolesión como descontrol de impulsos. Para ello nos vamos a remontar a la Psicología evolutiva: cuáles son las condiciones que favorecen el desarrollo de la salud mental en los niños.
En la relación bebé-cuidador, la tarea de este último es estar disponible y atento a las señales que emite el niño de manera instintiva (llorar), para transmitir una necesidad (comer, abrigarse, dormir, contacto físico), traducirlas, entender qué estado mental hay detrás de esa conducta (esto es la capacidad de mentalización, asociada a estructuras cerebrales prefrontales) y atenderlas de forma sistemática, en una ambiente afectivo, tranquilo, agradable y de seguridad. Cuando esto se repite una y otra vez, el niño va interiorizando un sentimiento de seguridad, de que es importante, mirado, atendido, cuidado y querido, y va aprendiendo a tolerar estados desagradables, porque confía que se van a resolver con ayuda del cuidador, que está pendiente. Luego cada vez, con más autonomía. Se va desarrollando así su autoconcepto. Aprende también, que los otros son personas confiables, que vienen cuando se les necesita, en cuanto pueden. Esta relación con el cuidador principal, posibilita generar un vínculo seguro, estable y duradero, que genera gran seguridad interna. Esto es el apego seguro, que posibilita explorar el mundo físico y mental, propio y de los otros. En términos neurobiológicos: la corteza prefrontal del cuidador va calmando el sistema límbico alterado del niño.
«Si estoy tranquilo, puedo pensar sobre los estados mentales (cómo me encuentro yo, y los otros)».
Ahora bien, hay casos en los que hay fallos en este proceso, que generan secuelas en los años posteriores. Esto puede ocurrir cuando:
- las señales no son atendidas (cuidadores con problemas de alcohol o depresión),o son atendidas de forma errónea,
- el adulto transmite un estado emocional alterado al niño (angustia),
- hay traumas que bloquean el apego seguro, los procesos cognitivos (pensamiento, aprendizaje social, atención, memoria) y la mentalización…
El niño aprende a inhibir las necesidades y contener emociones, a desconectarse, y por tanto no aprende a regularse y calmarse. No se desaarrollan bien las vías neuronales que permiten la conexión y regulación emocional.
Cuando los canales de aprendizaje están cerrados, la forma de pensar y el comportamiento se vuelven rígidos:
“no puedo ver otras perspectivas, no puedo escuchar, todo se convierte en una amenaza, estoy a la defensiva para no sufrir”.
La consecuencia de todo esto es, que cuando el niño va creciendo y se activa su sistema de apego / necesidad de vínculo, – por ejemplo, en una situación de activación emocional -, se produce una cascada de reacciones neurobiológicas (amígdala, hormonal) que no es capaz de manejar.
Las personas con apego seguro, pueden contrarrestar esta cascada, a través de la capacidad de mentalizar, asociada a otras vías cerebrales (prefrontales). Consiguen así calmar el sistema límbico, y restaurar el equilibrio. Cuando un niño no ha aprendido a clamar su sistema límbico, en situaciones de activación emocional se produce una mayor disregulación emocional, activándose otras vías, como la hipófisis-adrenal, que general palpitaciones, ataques de pánico, etc.
También se va a activar el sistema de recompensa / apego, con pequeñas descargas de dopamina que le van a llevar a buscar el vínculo a toda costa. Cuando esto se repite, es frecuente que el entorno se acabe cansando y no responda de la forma que la persona necesita. Se entra aquí en escalada: al sentirse sola la persona, el sistema límbico se activa aún más, necesitando más descarga dopaminérgica.
En este momento, la única forma que la persona encuentra para calmarse es a través del descontrol de impulsos, como por ejemplo, a través de las autolesiones. La angustia psíquica se conecta con lo traumático, siendo imposible volver al aquí y ahora, al momento presente. La lesión le calma por la descarga dopaminérgica y le trae al presente, a través del dolor, la sangre, etc.
La adolescencia es un periodo de crisis vital, donde uno se replantea quén es, y reformula la imagen que se ha construido a través de sus padres, para pasar a mirarse a través de los iguales; esto genera inseguridad. Por otro lado, hay un rechazo en refugiarse en elos padres, que han sido la figura de apego hasta el momento.
Si a esta inseguridad sumamos los cambios hormonales, la impulsividad (se busca la recompensa inmediata), apego seguro, déficit en la regulación emocional (vías prefrontales no bien formadas) y/o situaciones traumáticas, es muy probable que aparezcan conductas de autolesión como forma de calmarse y regularse.
¿Qué hacer si conozco un niño/adolescente que se está autolesionando?
Buscar ayuda de un experto en psicología clínica infanto-juvenil y familiar. Ayudará a la familia a reparar problemas de apego y gestionar las emociones de forma no dañina, conectar con sus necesidades, entender traumas. Ayudará a entender los estados mentales que llevan a descontrol de impulsos, dotar de estrategias de autorregulación y gestión de la frustración.
Todo ello ayudará a contruir un apego seguro, que ayudará a generar un sentimiento de seguridad y tranquilidad generalizado al contexto personal, familiar y social. Así se podrá facilitar un desarrollo psíquico óptimo, lo que se traduce en bienestar y salud.
¿Qué no hacer?
- Juzgar
- Regañar
- Ignorar
- Centrarnos sólo en la conducta.
Hay que hacer el esfuerzo de intentar entender qué estado mental hay detrás de la conducta, ayudarle a expresarse, volver al aquí y ahora, transmitiendo apoyo, afecto, calma y seguridad.
Autora: Mª Victoria Sánchez López, Psicóloga. Especialista en Psicología Clínica.
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