INTELIGENCIA EMOCIONAL COMO MOTOR DE INTEGRACIÓN EN EL AULA
Uno de los muchos efectos negativos de la pandemia está relacionado con la supresión de las emociones. Nos hemos visto obligados a que las máscaras cubran nuestro rostro, borrando nuestras expresiones y por tanto las habilidades comunicativas naturales y básicas relacionadas. Dado que los humanos aprendemos a expresarnos a través de la imitación, los niños están teniendo dificultades para expresar sus emociones … menos llanto, reprimiendo la sonrisa, pero mucha tristeza y confusión internas. Un antídoto contra lo anterior viene con el aprendizaje y la experiencia de la inteligencia emocional. Virginia Carrasco García es una de las maestras que decidió explorar y trabajar las emociones en el aula, y estamos orgullosos de presentar aquí parte de su trabajo, y agradecidos por su colaboración e iniciativa.
Hoy en día vivimos en la era digital donde la tecnología y los medios visuales son los protagonistas de los niños cada día. Esto condiciona su forma de vida, exigiéndoles ser veloces, ir de forma apresurada a todo, sin ser capaces de apreciar los pequeños detalles, lo cotidiano, los sentimientos, los estímulos, las experiencias y el entorno.
Numerosos estudios de psiquiatría demuestran el aumento de los casos de ansiedad y estrés en niños y adolescentes. Por ello es necesario incorporar dinámicas en el ámbito educativo para trabajar las habilidades emocionales y la atención plena para hacer frente al estrés.
Mediante una serie de actividades amenas, se introducen modificaciones en las dinámicas del aula, afectando positivamente a su funcionamiento. Con la intención de:
- reconocer las emociones propias y de los demás,
- favorecer el desarrollo de las habilidades sociales,
- aprender a buscar soluciones satisfactorias ante conflictos,
- mejorar la autoestima, y
- despertar la humildad y la empatía.
En 1990, Salovey y Mayer publicaron un artículo en el que apareció por primera vez el término “Inteligencia Emocional” como
“la capacidad para supervisar los sentimientos y las emociones de uno mismo y de los demás, de discriminar entre ellos y de usar esta información para la orientación de la acción y el pensamiento propio”.
Cinco años más tarde, el término entró a formar parte de nuestro vocabulario con el best-seller del psicólogo y periodista Daniel Goleman: “Inteligencia Emocional”, destacando su relevancia por encima del coeficiente intelectual, para alcanzar el éxito tanto profesional como personal.
La experiencia en las aulas con alumnado de 9 y 12 años: conocer cómo se siente nuestro alumnado
El docente reparte dos post-it a cada alumno, y ellos deben de escribir de forma anónima algo que les haga sentir mal y algo que les haga sentirse bien. Se recogen y se pegan en dos columnas en la pizarra. Los alumnos leen de forma aleatoria un post-it de cada sentimiento en voz alta.
La realización de la actividad por primera vez tiene consecuencias inesperadas, como la pérdida del anonimato, ya que muchos desean que se conozca su identidad. Otra consecuencia es el debate que se originaba por cada uno de los post-it leídos, cuando los propios alumnos juegan a reconocer el autor del comentario, y a empatizar sobre lo escrito en él.
Salvo casos muy específicos, la mayoría de los comentarios van dirigidos a ser aceptados por el resto, entendiendo como importante para su felicidad el reconocimiento positivo del grupo.
En las sesiones los alumnos se muestran colaboradores, lo que genera un buen clima de trabajo en el aula. Se dejan llevar por sus emociones, llegando en algún caso incluso a llorar al expresar sus sentimientos, tanto al hacer halagos como al recibirlos. Se trabaja la autoestima y la empatía, produciéndose un cambio positivo tanto en los alumnos, como también en los docentes que imparten los talleres.
Resultados positivos y beneficios emocionales
Participar directamente en estas actividades beneficia directamente al alumnado, favoreciendo el desarrollo social, mejorando el clima en el aula, y la cohesión grupal. Todo ello repercute positivamente en su proceso educativo, pero también en su ajuste emocional y en las relaciones personales.
El trabajo de las emociones contribuye a que el alumnado adquiera habilidades para desarrollar la inteligencia emocional, ayudándolos a crecer emocionalmente y facilitándoles su adaptación al mundo.
Las dinámicas que trabajan la autoestima favorecen que los alumnos
- se sientan seguros de sí mismos,
- posean una imagen positiva de ellos mismos,
- reconozcan sus capacidades,
- acepten sus propias limitaciones,
- aprendan a expresar palabras positivas, y a elogiar a otros compañeros.
En estas dinámicas se trabajan habilidades sociales básicas como asertividad, escucha activa, empatía, resolución de conflictos y cooperación. Además, las sesiones de agradecimiento generan que los alumnos valoren el poder tan positivo que tiene dar las gracias, apreciar quienes son, lo que tienen, y ser amables con los demás.
Las posibilidades de llevar a cabo este tipo de dinámicas son bastantes altas, ya que hoy en día la comunidad educativa está cada vez más concienciada de esta necesidad.
La inteligencia emocional genera beneficios como la auto regulación emocional, una mejor atención y empatía frente a las emociones negativas o los conflictos, y un buen desarrollo de las competencias sociales y emocionales. Por lo tanto, los docentes deberían de introducir estas prácticas en el aula, teniendo siempre presente la parte afectiva y social en su labor de enseñanza y aprendizaje. En consecuencia, uno de los grandes retos a conseguir por la comunidad educativa radica en formar en inteligencia emocional a los profesionales de la educación. Trabajando la educación emocional en todas las escuelas se conseguirá formar al alumnado para ser emocionalmente inteligentes; esto es, personas más seguras, amables y empáticas.
Autora: Virginia Carrasco García
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