Ayudando a los Niños en el Proceso de Duelo

Si comparamos el duelo en la primera infancia con el duelo adulto, podemos destacar que de forma general  los niños utilizan más la negación, tienen más facilidad para mantener la capacidad de disfrutar con situaciones agradables y no pierden la autoestima. En este post, nuestra colaboradora Mª Victoria Sánchez López, especialista en psicología clínica en GrupoLaberinto, nos ayuda a contestar una pregunta para la que no solemos estar preparados cuando llega:

¿Cómo comunicar la noticia de una muerte a un niño?

Cuando ha habido un fallecimiento que hay que comunicar a un menor, en primer lugar es importante decidir quién va a ser el encargado de transmitir esta información.

En este sentido, si por ejemplo ha fallecido uno de los progenitores, es recomendable que sea el otro progenitor el que transmita la información, o en todo caso alguien cercano con el que el menor tenga un vínculo afectivo. No es recomendable que lo haga el personal sanitario, por ejemplo, si el progenitor ha fallecido en un hospital.

Es importante informar cuanto antes al menor, esto le permitirá entender lo que está pasando a su alrededor, por ejemplo, las emociones y conductas de los adultos.

La comunicación de la información debe ser directa y sincera, evitando eufemismos. Frases del tipo “está en el cielo”, “está dormido”, etc., pueden generar mucha confusión en el menor y entorpecer la evolución de las tareas del duelo, además de generar expectativas inadecuadas.

Una vez dada la información es necesario que el adulto compruebe si el niño ha  comprendido lo que se le ha explicado. Para esto, debemos pedirle que nos explique con sus palabras qué ha entendido.  Así mismo, debemos estar disponibles para que el niño nos pregunte todas las dudas que tenga.

De igual forma, es conveniente explicar al menor qué va a ocurrir los siguientes días siguientes al fallecimiento, de tal forma que pueda ir anticipando lo que va a ir ocurriendo, lo que disminuirá la sensación de incontrolabilidad. Dar esta información nos permitirá además ofrecer al niño la oportunidad de despedirse del fallecido, participando en los rituales de despedida.  En caso de que el niño quiera estar en los rituales, siempre tendrá que estar disponible un adulto que le acompañe durante el proceso y pueda resolver dudas.

Una vez que el niño sabe la noticia del fallecimiento, podemos seguir estas recomendaciones:

  • Es imprescindible asegurar la continuidad en los cuidados del menor

Rápidamente hay que organizar sus rutinas y establecer quiénes van a ser las personas encargadas de atender sus necesidades instrumentales y afectivas.

  • No se deben realizar cambios importantes en el entorno del niño.

En la medida que se pueda debe mantenerse la misma vivienda y colegio, con los mismos cuidadores de referencia.

  • Es necesario informar sobre lo que ha ocurrido en los contextos habituales del menor, por ejemplo el colegio.

Esto va a permitir que aporten el apoyo necesario y estén atentos por si hubiera indicadores de duelo patológico.

  • No hay que forzar la expresión emocional del menor.

No debemos insistir al menor en que exprese tristeza, preocupación, rabia, ira…  Cada niño tendrá su manera y sus tiempos para elaborar el duelo, hay que ser absolutamente respetuosos en este sentido.

  • Sí es conveniente facilitar la expresión

Esto se puede hacer facilitando que elabore de forma simbólica, por ejemplo,  a través del juego y del dibujo. En este sentido el papel del adulto es facilitar que el niño cuente con el material, el espacio y el tiempo para hacerlo.

  • Los adultos deben anticipar reacciones emocionales en fechas clave.

Así por ejemplo, es muy frecuente que aumenten las reacciones emocionales y conductuales en aniversarios, cumpleaños… Tener esto en cuenta ayudará al adulto a darle sentido a lo que está ocurriendo.

  • Hay que facilitar que el niño pueda mantener  una conexión simbólica con el ser querido fallecido.

Esto supone por ejemplo, preservar recuerdos significativos (fotos, cartas…), poder hablar del fallecido, etc.

Los adultos tenemos que tener en cuenta que la muerte de una persona cercana, va a disparar el sistema de apego del niño, lo que se traduce en frustración, estrés, miedo, ira y ansiedad. Esto suele llevar a una disregulación emocional y descontrol de impulsos.

De forma específica, la psicopatología asociada al duelo infantil es la siguiente:

  • sintomatología internalizante:
    • confusión
    • aislamiento
    • ansiedad
    • miedos
    • apatía
    • tristeza
    • irritabilidad
    • somática: alteraciones del sueño, de la alimentación, enuresis, encopresis y dolores abdominales
  • sintomatología externalizante:
    • problemas de conducta
    • rabietas
    • rechazo
  • sintomatología mixta:
    • conductas y lenguaje regresivos
    • dificultad para concentrarse o atender a tareas escolares
    • hiperactividad
    • hiperprotección hacia seres queridos

Durante la elaboración del duelo es esperable que se presenten los síntomas anteriores. Sin embargo, hay una serie de factores que están relacionados con el duelo patológico, en cuyo caso es necesaria la ayuda profesional de un psicólogo especializado en población infantil y trabajo con familias.

En el caso de que la persona fallecida sea uno de los progenitores, los factores de riesgo de duelo patológico son los siguientes:

  • apego inseguro
  • antecedentes psicopatológicos en el menor o en el cuidador principal
  • simultaneidad de acontecimientos vitales estresantes
  • mala relación con el progenitor que ha muerto
  • apego inseguro con el progenitor superviviente
  • edad entre 10 y 14 años
  • mala adaptación del progenitor superviviente
  • tipo de muerte violenta o repentina

Para que los niños puedan elaborar el duelo de forma no patológica es necesario que los adultos de referencia lo hagan también. Si el niño o el adulto tienen dificultades, será necesario solicitar atención psicoterapéutica. Esta intervención ayudará a favorecer el reconocimiento, la toma de conciencia, la exploración, expresión y regulación emocional.

“La pérdida de una persona querida es una de las experiencias más intensamente dolorosas que puede sufrir un ser humano y no es sólo doloroso de experimentar sino también doloroso de presenciar, aunque sólo sea porque somos impotentes a la hora de hacerlo” (Bowlby,  1980)

AutoraMª Victoria Sánchez López. Psicóloga Especialista en Psicología Clínica.

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